El profesor empezó a leer una historia sobre el té.
La gente de aquella época no conocía el té y cuando lo vieron por primera vez, lo adoraron como si fuera un Dios; hasta que un día alguien dijo que cogieran el té, le echaran agua y lo hirvieran. Todos creyeron que eso no se debía hacer y quemaron al hombre que lo había dicho.
Esto confirma que lo desconocido es casi siempre lo adorado y que lo cotidiano, lo que tenemos al alcance de nuestra mano no se considera un manjar delicioso, por que se convierte en rutina y tendemos a despreciar lo rutinario.
Después de leer esta historia, el profesor cogió el aparato de las diapositivas y filtro la luz que surgía de éste a través del jarrón. Tanto en la sábana como en el techo aparecieron sombras combinadas con luz y cuando movía el jarrón aparecieron en el techo colores disueltos, azul, amarillo, naranja, etc.
Luego pidió que todos pusiéramos algo blanco encima de la mesa, sacamos un folio y nos dimos cuenta que no había ningún blanco igual a otro, por tanto el color blanco no existe como tal y eso quiere decir que no existe la perfección.
Lo mismo pasa con todo, con las personas, nuestro cuerpo, sentimientos, etc. A veces nos bloqueamos deseando tener la relación perfecta, el amigo perfecto, el trabajo perfecto, la cara perfecta, los sentimientos perfectos despreciando lo que sí tenemos y nos puede pasar, que cuando lo valoremos sea demasiado tarde.