Cuando entramos en clase, el profesor nos pidió que nos sentáramos encima de la mesa y que abriéramos las ventanas.
El aire que entraba por ellas era frío y sentí como se “posaba” en mi cara.
Se apagaron las luces y quedé en una “oscuridad parcial”, ya que veía lo que había a mi alrededor.
Las luces de la ciudad se divisaban a lo lejos; se oían ruidos lejanos, el sonido de algún coche que pasaba y el cantar de los grillos en el exterior, en la noche.
De repente, oí una música, era una música suave, “celestial”.
Luego el profesor empezó a hablar y dijo que juntásemos las manos y que notaría como si creciera una flor en la palma; yo sentí esa sensación.
Nos dijo que arrimásemos las manos a las de los compañeros que teníamos al lado y noté un calor y una fuerza muy especiales.
Al acabar nos dijo que nos mirásemos los unos a los ojos de los otros y que intentáramos hablarnos con la mirada.
Al salir de clase sentí una gran sensación de alivio.