A veces creo que vengo de
Marte y aquí en la Tierra no entiendo nada. Todo es demasiado complicado.
En Marte vivimos cada uno
a lo nuestro, nos ayudamos, pero siempre cuando antes nos lo han pedido. Aquí
las cosas se arreglan con palabras y nadie se ofende.
Todo el mundo sabe quién
es y lo que vino a hacer aquí, todos venimos a lo mismo, a hacer de Marte un
mundo mejor.
Todo el mundo piensa
aquí, antes y después de actuar y nadie se enfada ni se molesta. Todo el mundo
tiene un lugar.
Los marcianos no
necesitamos políticos, porque aquí existe eso que se llama confianza y que
cuesta tanto alcanzar en la Tierra y tan poco cuesta romper. Solo hay gente con
gran corazón.
Amamos lo que hacemos porque
somos lo que hacemos y así lo entendemos desde niños. Siempre viajamos con una
sonrisa y a menudo cantamos a voz en grito y pase lo que pase.
La soledad aquí no
existe, cuando empezó esa pandemia la erradicamos con cariño y aprendiendo a
dialogar con ella de tú a tú.
Nunca nos escondemos de
nuestros actos, sean acertados o no siempre decimos lo que hemos hecho.
No necesitamos justicia, porque
ya somos justos y honestos con nosotros mismos y con los demás.
Nuestra carta de
presentación es una sonrisa y solo utilizamos las palabras cuando es necesario.
Las palabras son como el petróleo en la Tierra, son muy valiosas, es por ello
que nunca decimos demasiadas.
Desde Marte, todo es más
fácil y siempre hay una canción que cantar o un escrito que colgar en la pared.
En Marte los niños
dibujan y pintan, se ponen la ropa de sus padres y se inventan historias, porque
tienen un arma secreta que se llama imaginación
y que les invita a soñar.
Cuando los niños dejan de
serlo no se olvidan de ella y muy a menudo siguen soñando y luchando por esos sueños que nadie
se atreve a chafar.
Aquí nadie piensa en el pasado
ni en el futuro porque se hace innecesario ya que el presente siempre es lo
mejor que tenemos aquí, no necesitamos más.
Hablamos con los
desconocidos, porque no existe el miedo.
Desde Marte, recibe un
cordial saludo.