Caminaba sin descanso. A veces se preguntaba si
servía de algo, otras lo hacía de un modo cómodo y con mucho entusiasmo.
Hacía mucho tiempo que había empezado, cuando entró nunca pensó que llegaría tan lejos y jamás imaginó que dejaría tantas puertas cerradas por donde había pasado. Con menos edad siempre creía que se podía volver, luego aprendió que hay puertas que una vez cerradas es mejor no intentar abrir, pero eso le costó su tiempo.
Durante todo el recorrido había encontrado
habitaciones cálidas y acogedoras que después sin saber ni cómo ni por qué se
volvieron toscas y frías. En cada una de ellas encontraba algo que se llevaba y
algo que dejaba, a veces queriendo otras sin querer. Había algunas habitaciones
que después de saber que la puerta se había cerrado, le habían dejado un sabor
agridulce. Otras, en cambio, aún siendo queridas y deseadas se habían apartado
de su camino sin saber por qué. Algunas, muy pocas, habían vuelto a aparecer
después de mucho tiempo y en su interior encontró lo que había dejado entonces:
cariño y amistad verdadera.
Ahora se encontraba delante de una puerta nueva,
desconocida y desconcertante. Se llenó de valor y la abrió. Dentro había un
personaje enigmático que le preguntó:
- ¿Qué buscas en el laberinto?
- No lo sé realmente. Ni siquiera sabía que esto
era un laberinto.- Contestó.
- Lo es, todo el mundo entra, algunos se pierden y
se encuentran y otros quedan perdidos para siempre.
- ¿Y qué es lo que más busca la gente en este
laberinto?
- Felicidad
- ¿Y la encuentran?
- No
- ¿Por qué?
- Por que se olvidan de buscarla dentro de ellos mismos. El laberinto solo es un lugar,
lo que vives, lo que ves, lo que eres debe ser creado por uno mismo, hay que
ser paciente, pues te equivocaras muchas veces y muchas más creerás que es el
final, pero no lo es.
-¿No? ¿Por qué?
- Porque el final no existe.- Y diciendo esto se
levantó y se fue.
Se quedo solo en la habitación y después de meditar
lo que acababa de oír, decidió cerrar la puerta y seguir caminando.