Había una vez una gaviota a la que no habían enseñado a
volar. Desde que era niña lo había deseado tanto, se lo había imaginado de
miles de formas distintas, lo había soñado tantas veces que ya ni cuenta se
daba de cuando estaba soñando y cuanto no.
Pasó el tiempo y la gaviota creció y en su interior,
sentía que no acababa de saber volar, muchas veces pensó el motivo de su frustración,
será que no me han enseñado, será que no lo he aprendido, será que no lo
intenté, será...
Pasaron muchas gaviotas por su vida, compañeras, algunas
le decían como tenía que volar, lo que tenía que hacer, manera de abrir las
alas, la postura, etc.
Hasta que llegó el día en que la gaviota se dio cuenta
que para volar solo hacía falta una cosa: pensar que vuelas. Es lo único que se
necesita. Ya sea sola o acompañada solo hace falta pensar que se es libre para
serlo realmente y saber que lo que se hace es auténtico para no necesitar hacer
nada más.
Para volar solo hace falta creer que se vuela.
Inspirado
en Juan Salvador Gaviota de Richard Bach.
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