En este Mundo todo el mundo se esconde, de los demás y de ellos mismos. Intentamos engañarnos, pero ¿realmente podemos hacerlo? ¿O la verdad siempre sale al descubierto?
Si reflexiono detenidamente estas preguntas no llego a ninguna conclusión ¿Por qué tengo que esconderme? ¿Y de qué?
Sería bonito, de una belleza casi suprema un mundo donde no tuviéramos que defendernos ¿se lo imagina alguien? Yo sí, me gustan las utopías y me disgustan los escudos; pues los escudos reflejan defensa y la defensa, ofensa. No deseo ni ofender ni tener que defenderme.
Si miras a un niño, ser inocente y vacío de pensamientos nocivos, su mirada refleja lo que siente en cada momento; si está triste o contento. Cuando crecemos y nos hacemos “grandes” esto cambia ¿Por qué? ¿Puede la inocencia y la bondad volverse mala? Lo fácil es decir que sí, pero si son reales y verdaderas y están arraigadas ¿también es posible?
Si una cosa es positiva y buena, no debería cambiar, ¿seríamos capaces de volver a nuestros inicios? Hace poco oí en la televisión que a consecuencia de la gripe A, iban a “enseñar” a los niños a no mostrar sus emociones, a no ser tan afectivos. Menuda equivocación, pensé.
Somos complicados, pero a mí me gusta lo sencillo. Cuando somos niños somos sencillos, si nos equivocamos rectificamos, decimos siempre lo que sentimos, sin miedo a nada, sin culpa.
Dicen que la mirada es el reflejo del Alma… ¿y el Alma, qué es? Eso, a lo mejor, otro día.
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